Saltar al contenido
Portada » Blog » Democracia profunda: un breve acercamiento

Democracia profunda: un breve acercamiento

Democracia profunda

Escuchar lo que aún no se ha dicho

Cuando te acostumbras a presenciar reuniones de equipos que no son el tuyo, te descubres viendo cosas que en tus propias reuniones a veces se te pasan por alto, o te afectan disminuyendo tu capacidad de observar imparcialmente. Una pausa antes de responder, una mirada que baja al suelo, un gesto de complicidad entre algunas personas cuando otras empiezan a hablar. Normalmente son gestos sutiles, involuntarios, muchas veces inconscientes, gestos que dicen mucho más que las palabras que no los acompañan.

Arnold Mindell: el agua que corre bajo la superficie

Aunque Arnold Mindell empezó su recorrido como físico, enseguida vio que lo que más le interesaba no era la materia, sino justamente aquello invisible que ocurre entre las personas, lo que llamamos campo. De ese interés nació la Psicología Orientada al Proceso (Process Oriented Psychology), un enfoque que amplía el trabajo terapéutico hacia los grupos y las comunidades, entendiendo que lo que vivimos a nivel individual es un reflejo de algo más grande. Hace un tiempo publicamos este artículo en el que os presentábamos el enfoque de Mindell.

Una de sus ideas más potentes es que cada grupo, comunidad o sociedad está incompleto mientras haya voces que no han sido escuchadas. Y cuando habla de voces no habla solamente de opiniones, sino que también se refiere a emociones, silencios e intuiciones: esas partes del sistema que muchas veces se manifiestan a través de la tensión o la resistencia. Mindell definía la Democracia Profunda como la capacidad del grupo de incluir todo lo que está presente, incluso lo contradictorio, lo irracional, lo que molesta o lo que no sabemos nombrar.

En sus palabras:

La democracia aún no ha sucedido, porque seguimos sin incluir los sueños, las emociones y las voces del inconsciente colectivo

Escuchar profundamente no significa estar de acuerdo, sino reconocer la existencia del otro. Y ese reconocimiento, decía Mindell, es lo que mantiene viva a una comunidad.

Un trabajo que ha recorrido el mundo

Junto a su compañera Amy Mindell, Arnold ha llevado este enfoque a decenas de países, acompañando procesos de conflicto, reconciliación y cambio social. Bajo el nombre de Worldwork, han facilitado encuentros en los que comunidades divididas por razones étnicas, religiosas o políticas se reúnen para dialogar de un modo diferente.

Han trabajado, entre otros lugares, en Europa del Este, Estados Unidos, Sudáfrica, Medio Oriente, India, Brasil y Australia, siempre con la misma intención: crear espacios donde todas las voces —las visibles y las invisibles— puedan ser reconocidas. Estos foros no buscan “resolver” los conflictos, sino permitir que el conflicto se exprese plenamente, hasta que la energía que lo sostiene se transforma en comprensión. Y es justamente esa mirada —de no rehuir la tensión, sino darle voz— la que inspiró a otros facilitadores a adaptar la democracia profunda a distintos contextos.

Democracia profunda en Sudáfrica. La metodología Lewis

Uno de los lugares donde esta filosofía cobró vida de forma especialmente intensa fue Sudáfrica, de la mano de Myrna y Greg Lewis. A finales del apartheid, el país se enfrentaba a la tarea monumental de reconstruir la convivencia entre comunidades marcadas por el miedo, la culpa y la rabia. Las leyes podían cambiar, pero las heridas emocionales seguían abiertas.

Los Lewis habían conocido el trabajo de Mindell y vieron en la democracia profunda una herramienta poderosa para ese proceso de sanación colectiva. Así nació la metodología Lewis Deep Democracy (LDD), una versión práctica y estructurada del enfoque de Mindell, pensada para aplicarse en escuelas, empresas y comunidades.

En una de las primeras experiencias, trabajaron con un grupo de docentes en Johannesburgo. Por primera vez, profesores blancos y negros compartían un espacio igualitario para decidir sobre el futuro de su escuela. Había miedo de hablar. Algunos querían mirar hacia adelante y “no remover el pasado”; otros necesitaban que la injusticia fuera reconocida.

La facilitadora hizo entonces una pregunta sencilla pero profunda:

“¿Qué voz falta en esta conversación?”

El silencio se hizo largo. Hasta que una profesora respondió:

“Falta la voz de los niños. Ellos nos están mirando. Si nosotros no aprendemos a escucharnos, ellos heredarán nuestro miedo.”

Esa frase cambió el tono de la reunión. Las emociones que antes estaban reprimidas pudieron expresarse. No se trató de “resolver” el conflicto, sino de permitir que cada voz tuviera su lugar. Y eso bastó para que el grupo encontrara una base común más auténtica.

El «edge»: cuando el grupo está al borde del cambio

En esta metodología hay un concepto tomado directamente del trabajo de Mindell que resulta clave para entender estos procesos: el edge (el borde o límite). El edge es ese punto en el que una persona o un grupo se acerca a algo nuevo —una emoción, una idea, una verdad incómoda—, pero aún no puede atravesarlo. Surge resistencia, silencio, chistes, distracciones… señales de que algo importante está a punto de emerger.

Durante los talleres en Sudáfrica, los Lewis observaron que los momentos de mayor incomodidad —cuando alguien se enojaba, lloraba o dudaba en hablar— eran precisamente los instantes más fértiles: el grupo estaba en su edge. Si se empujaba demasiado, el sistema se cerraba; si se huía de la tensión, nada cambiaba. El arte consistía en quedarse ahí, en el borde, acompañando al grupo hasta que pudiera dar un paso más allá y escuchar la voz que estaba a punto de nacer.

Ese es el corazón de la democracia profunda: no eliminar el conflicto, sino permanecer junto a él hasta que revele su sabiduría.

Los Lewis tradujeron esta filosofía en un modelo de cinco pasos que tienen la intención de invitar al grupo a tocar y moverse a través de sus edges, sin forzar el cambio pero sin evitarlo.

  1. Escuchar todas las perspectivas.
  2. Buscar activamente las voces disidentes.
  3. Reconocer cuántos comparten la opinión minoritaria.
  4. Integrar su sabiduría en la decisión mayoritaria.
  5. Trabajar con lo no dicho: las emociones, los silencios, los gestos.

¿Es posible acercar el concepto de Democracia Profunda a nuestros equipos de trabajo?

Aunque los conflictos y tensiones que pueden emerger en nuestras organizaciones no alcanzan la magnitud de una transición política (o no deberían), la dinámica de fondo es la misma: hay voces que dominan y voces que callan, hay desacuerdos que se disimulan, miradas que se cruzan, decisiones que se toman rápidamente pero que luego a la hora de implementarlas generan resistencias.

Además de atrevernos a sostener la incomodidad de los límites cuando los tocamos a nivel personal como participante de un equipo, o desde el rol que ocupamos (facilitación, coordinación, dirección), y entrenarnos en el arte de escuchar el campo y percibir esos momentos, podemos como equipo trabajar en estructuras y acuerdos que nos ayuden a dar la bienvenida a la tensión y a generar espacios seguros para expresarla.

Algunas prácticas que nos pueden servir son:

  • Compartir el concepto de Democracia profunda y reflexionar sobre el mismo.
  • Generar acuerdos grupales que den la bienvenida a la diversidad, la tensión, que nos permitan expresarnos a través de distintos canales, que honren el desacuerdo.
  • Incorporar metodologías de trabajo y dinámicas que favorezcan, estimulen y reconozcan la diversidad y el disenso, que favorezcan la escucha profunda, en las que se nombren y se de espacio a las voces ausentes.

Cuando un equipo empieza a confiar en que todas las voces pueden tener espacio sin romper el vínculo, algo cambia. El conflicto deja de ser una amenaza y se convierte en una fuente de aprendizaje.

Escuchar es un acto de coraje

Arnold Mindell solía decir que la democracia profunda comienza cuando somos capaces de escuchar las voces que más tememos —en los demás y en nosotros mismos. Esa frase, para mí, encierra el sentido de todo este trabajo.

Escuchar profundamente es un acto de coraje. Requiere presencia, paciencia y vulnerabilidad. Pero cuando lo hacemos, el sistema entero respira distinto. Ya no se trata solo de tomar decisiones más justas, sino de reconectarnos como seres humanos.

Practicar la democracia profunda es recordar que ningún grupo, ninguna sociedad y ninguna persona están completos mientras haya voces que no pueden hablar. Y cuando esas voces finalmente se escuchan, la comunidad —sea un país o un equipo de trabajo— se vuelve un poco más sabia, un poco más libre, un poco más entera.

Si quieres profundizar en el concepto de democracia profunda te invitamos a leer a Mindell, puedes comenzar por Sentados en el fuego.

Si a partir de este artículo lo que te gustaría es llevar la democracia profunda a tu equipo, podemos agendar una llamada para que nos cuentes en qué estás pensando y vemos cómo podemos ayudarte a hacerlo posible.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *