El estudio del vuelo de los estorninos y otras aves deja claro que sus gráciles movimientos no se corresponden con los deseos de ningún líder de la bandada ni con un consenso alcanzado telepáticamente en instantes. Su facilidad para despegar juntos de un lugar, o moverse en el aire en grupo en cualquier dirección, despistando así a sus posible depredadores, es el resultado emergente de 3 simples reglas que se aplican localmente (esto es, que conllevan un intercambio de información sólo entre aves próximas entre sí, no hay ninguna forma de comunicación directa entre aves alejadas entre sí).
- Evita la colisión con tus vecinos.
- Ajusta tu velocidad a la de tus vecinos.
- Quédate cerca de tus vecinos.
Siguiendo estas simples reglas locales, el sistema consigue sus objetivos con gran eficacia y pequeño gasto de energía.
Todo lo anterior nos podría hacer pensar que las organizaciones humanas también podrían funcionar bien sin líderes. Bastaría con determinar un simple conjunto de reglas con las que llevar a cabo los procesos de gestión típicos de toda organización. Suponiendo que tal conjunto de reglas exista, surgen obviamente varios problemas:
- Cómo se llega hasta ellas, cómo se sabe cuáles son las mejores reglas para un determinado equipo u organización, y una vez descubiertas…
- Cómo se consigue que la gente las siga, cuando en muchos casos los intereses de las personas son distintos a los intereses de la organización como sistema.
Hoy en día tenemos suficientes elementos para pensar que ambas problemas son resolubles. Sabemos bastante de las reglas (formales e informales) que rigen los procesos de una organización, y sabemos lo suficiente para garantizar una buena conformidad con las reglas (trabajando con las personas y no contra las personas, en muchos casos haciendo a las personas partícipes de los procesos de creación de las reglas – autoorganización). Conocido el funcionamiento de estos procesos, el papel de los líderes formales (gestores) sin duda cambia, pero no desaparece (véase https://elcaminodelelder.com/tres-claves-para-un-liderazgo-facilitador-y-consciente/).
Con todo, aunque seamos capaces de resolver estos problemas, existe un tema mayor que afecta a las organizaciones humanas y no a las bandadas de pájaros. Y es que las organizaciones humanas no pueden funcionar con reglas inmutables. Por muy buenas que sean, siempre puede ser necesario introducir cambios para adaptarse a un entorno volátil, incierto y complejo (algo que no experimentan los estorninos en sus vuelos). Así que surge la importantísima pregunta de Cómo se cambian las reglas.
La teoría de sistemas vivos nos dice que desde cualquier lugar del sistema que proponga un cambio, con la fuerza necesaria para ser amplificado por todo el sistema hasta convertir dicha propuesta en una nueva regla. Y es justamente al hablar de fuerza necesaria y amplificación lo que nos lleva a hablar de nuevo del liderazgo (en este caso natural), de personas que ven la necesidad de introducir nuevas formas de pensar y hacer y cuentan con las características personales/sociales necesarias para presentar y sostener sus propuestas, o para contribuir a la amplificación de las propuestas de otros. Desde su posición central en diversas redes de interacción e influencia social, estas personas catalizan los cambios en cualquier nivel de la organización, haciéndose imprescindibles en todo proceso de cambio organizacional.
Así que, respondiendo a la pregunta con la que abríamos este artículo, podemos decir que las organizaciones humanas necesitan buenos gestores, líderes formales capaces de sostener espacios de confianza en los que los equipos puedan hablar abiertamente de las reglas con las que trabajan e introducir cambios que les permitan mejorar su efectividad y capacidad adaptativa, y necesitan buenos líderes, personas capaces de leer el presente y anticiparse al futuro, creando o apoyando aquellas propuestas que permitan a la organización moverse rápidamente hacia aquella posición desde la que mejor abordar sus retos.