¡Una práctica taoísta para líderes emocionalmente competentes!
Algunas teorías recientes definen la mente como el proceso de regular el flujo de información y energía que recorre todo sistema vivo. En un ser humano dicha regulación está, en gran parte, automatizada a través de dispositivos homeostáticos como el metabolismo, reflejos, impulsos y motivaciones básicas, sistema inmune, emociones y, en otro nivel, patrones cognitivos, afectivos y de conducta que hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra vida. Obviamente poder responder de manera automática a las diversas situaciones que nos presenta la vida tiene muchas ventajas, incluido un habitualmente menor gasto energético y cierta garantía de éxito. Desafortunadamente, también tiene inconvenientes que es necesario abordar. En situaciones de gran complejidad (técnica, social, emergente) las respuestas automáticas no son de gran ayuda, se necesitan respuestas diferentes y creativas. Ante esta dificultad la vida ha puesto a nuestra disposición otro dispositivo, la conciencia, con el cual podemos revisar las reglas con las que operan estos mecanismos automáticos y, en algunos casos, cambiarlas para generar respuestas más efectivas.
Esta posibilidad de cambio consciente afecta principalmente a los patrones cognitivos, afectivos y de conducta comentados anteriormente. Esto es, a nuestra manera de pensar, sentir, hacer y relacionarnos con otras personas y con el mundo. Estos diferentes patrones o maneras de ser son el resultado de características hereditarias (reglas codificadas genéticamente) y de repetidas interacciones con otras personas y con el entorno, gracias a las cuales, no sólo afectamos las reglas biológicas (epigenética), sino que también introducimos en nuestro ser un buen número de reglas culturales (aprendidas). A través de la conciencia podemos poner intención y atención en algún aspecto de lo que somos, observar cómo nos afectan dichas reglas y, en caso de considerar que podemos hacerlo mejor, iniciar un proceso de cambio que no suele ser sencillo y que requiere conocimiento, tiempo y esfuerzo. Pensar, sentir y comportarse son, por otra parte, actividades estrechamente relacionadas entre sí. Los patrones de pensamiento afectan a cómo sentimos y nos relacionamos, pero también al revés, nuestra manera de relacionarnos afecta a la manera en que pensamos y sentimos. Un proceso de cambio consciente implica hacer algunos cambios en nuestra manera de pensar, a partir de los cuales podamos introducir cambios en nuestra manera de hacer, sentir y relacionarnos, lo que a su vez reforzará o corregirá los cambios en nuestra manera de pensar y así sucesivamente hasta asentar una nueva respuesta.
Sólo desde la comprensión de los párrafos anteriores podemos entender el principio No Mind, tan importante en el Zen y el Taoísmo, y en mi opinión tan valioso para quienes juegan roles de liderazgo en una sociedad cada vez más compleja e incierta. Si, como decimos, todo lo que hacemos es mental, todo es regulación, entonces, ¿cómo podríamos dejar la mente de lado, como afirman estas escuelas? Obviamente no podemos prescindir de la mente, pero sí podemos hacer que los procesos regulatorios (de pensamiento, sentimiento y comportamiento) sigan otras reglas. Y es precisamente esto a lo que se refiere el principio No Mind, advirtiéndonos de la importancia de basar nuestra relación con otras personas y con el mundo en reglas que no estén tan influenciadas por una cultura que, en muchos casos, sostiene diferentes formas de opresión, dominación, discriminación y, en última instancia, de violencia. Estereotipos y prejuicios (reglas de pensamiento) nos impiden acoger a las personas como son, llevándonos a emitir juicios rápidos y poco contrastados sobre la bondad o maldad de sus acciones, olvidando o ignorando que no nos corresponde a nosotros decidir qué está bien y qué está mal y que, al hacerlo, tiramos piedras en nuestro propio tejado.
Dividir a las personas en buenas y malas, nos dice Arnold Mindell en su libro Sentados en el fuego, nos obliga a ocultar partes de nosotros mismos, a no mostrarnos completamente por temor al qué dirán, a actuar desde el prejuicio y no desde lo que realmente surge en ese instante; en última instancia, a reprimir o acallar a quienes osen recordarnos lo que también somos. Los seres humanos gastamos mucha energía en todas estas cosas, sin darnos cuenta que la necesitamos toda para vivir el momento, cada momento, plenamente. No mind es una invitación a afrontar cada momento como si fuera único, sin reglas previas que nos distraen y desgastan, que consumen nuestra energía y que nos hacen perder oportunidades. En lugar de afrontar una diferencia desde ideas preconcebidas sobre lo que está bien o está mal, sobre lo que es verdad o no lo es, No mind nos invita a dejar que estos conceptos emerjan por sí solos en el proceso, nos invita a confiar en la sabiduría de la naturaleza, en su capacidad para mostrarnos las respuestas cuando estamos preparados para recibirlas. Con una mente abierta no resulta difícil entender, por ejemplo, que buenos y malos no son más que roles en un proceso que requiere de ambos para manifestarse como lo que realmente es, y que gracias a los ‘malos’, gracias a los que cuestionan y se resisten a las reglas, los sistemas sociales aprenden, mejoran y se hacen más adaptativos.
En relación con el mundo de los equipos y las organizaciones, No mind nos invita como líderes a acoger a quien se muestra diferente, a quien con su manera de ser, pensar o hacer cuestiona nuestro ser, nuestro poder o el propio ser y hacer del equipo y de las personas que lo forman. En lugar de usar entonces nuestro poder para acallar rápidamente una voz que en otras circunstancias (con nuestras reglas habituales) no dudaríamos en tachar de insolente, No mind nos pide observar y esperar, dejar que las cosas se desenvuelvan por sí solas en toda su amplitud. Nos pide no evitar la tensión ni silenciar un conflicto del que tanto podemos aprender. “No hay nada peor que entrar en conflicto con el conflicto”, nos advierte Mindell. Podemos sentirnos inclinados a querer resolver cuanto antes algo que necesita su tiempo para ser expresado y asimilado. Si en lugar de actuar así, nos limitamos a estar presentes y atentos a lo que surge, a escuchar por igual a quienes tienen poder y a quienes no lo tienen, a quienes actúan en conciencia y a quienes se dejan arrastrar por su inconsciencia, lo que llamamos conflicto se convierte en semilla de aprendizaje y sabiduría.