En nuestro trabajo como facilitadoras de equipos, hay una figura que aparece una y otra vez, aunque nadie la haya invitado formalmente: el síndrome del impostor.
El síndrome del Impostor
El síndrome del impostor es ese susurro interno que dice: «¿quién te crees que eres para estar aquí?», aunque tengas más experiencia en lo que sea que estés haciendo que una enciclopedia con patas. Hace un tiempo escribi un artículo sobre mi relación con el mismo en mis primeros años como facilitadora. Si os apetece podéis leerlo en el blog del IIFACe. Pero no soy la única, aquí en el equipo lo hemos sufrido, lo hemos trabajado, lo hemos nombrado, y en la mayoría de casos lo mantenemos a raya.
No voy a entrar mucho en él, pues es ampliamente conocido. Si queréis aquí tenéis la entrada a la wikipedia. Sí quiero mencionar que suele aparecer con más fuerza en mujeres, personas racializadas o cualquier ser humano que se encuentre en los márgenes de la campana de Gauss del privilegio (amplia información aquí). Además de en nuestras carnes, vemos este síndrome a menudo en las organizaciones a las que acompañamos: personas valiosas que dudan constantemente de su capacidad para aportar valor.
El síndrome del Experto
Hoy quiero hablar de otra presencia, una más ruidosa, menos angustiada, más confiada. Mucho más confiada.
Se trata de una figura que, si el síndrome del impostor tuviera un némesis Marvel, sería el síndrome del experto™ (marca registrada por nadie, pero ampliamente distribuida en el ecosistema organizacional).
¿Lo conocéis? Seguro que sí. El síndrome del experto es esa tendencia, observada con cierta frecuencia (ejem), sobre todo en hombres CIS a presentarse como autoridad en temas que apenas ha comenzado a explorar. Os doy algunos ejemplos reales: empezar un curso el lunes y abrir un taller sobre ese mismo tema el viernes. Leer medio libro sobre teoría sistémica y ya tener una “metodología propia inspirada en…” (pero que básicamente repite las primeras tres ideas del índice). Asistir a un webinar sobre gestión del cambio y añadir «experto en gestión del cambio» a sus competencias de LinkedIn. No voy a dar nombres, pero sí quiero ponerle nombre a este síndrome.
No es (solo) arrogancia: es el efecto Dunning-Kruger
Esto no es simplemente cuestión de ego inflado. Hay ciencia detrás. En 1999, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, publicaron un estudio ya clásico en Journal of Personality and Social Psychology que mostraba un fenómeno inquietante: las personas con menor habilidad o conocimiento en un área tienden a sobreestimar su competencia, mientras que aquellas con más preparación tienden a subestimarse. Es lo que se conoce hoy como el efecto Dunning-Kruger. En otras palabras: cuanto menos sabes, más crees que sabes. Y cuanto más sabes, como dedujo Sócrates, más consciente eres de todo lo que ignoras.
Este efecto ha sido replicado en numerosos contextos: desde gramática hasta razonamiento lógico, pasando por habilidades sociales y conducción. Un estudio de Ehrlinger et al. (2008) encontró que incluso en tareas académicas, las personas con peor desempeño eran las más confiadas en sus resultados, mientras que las más competentes eran mucho más conservadoras al evaluarse.
Esta distorsión de la autopercepción tiene implicaciones directas en la dinámica organizacional y puede estar influyendo en quién toma la palabra en una reunión, quién se ofrece para liderar un equipo, quién levanta la mano para ese nuevo proyecto. Spoiler: no siempre son quienes más saben, sino quienes más creen que saben. Y si no andamos con cuidado, ese pequeño detalle puede moldear la cultura de una organización entera.
El síndrome del impostor y el del experto: dos caras del mismo sistema
La paradoja la encontramos si pensamos que el síndrome del impostor y el del experto quizá no son opuestos, sino complementarios. Como el yin y el yang de una cultura organizacional desequilibrada:
- Uno te lleva a esconderte, a hacerte pequeñita, a no hablar aunque tengas algo valioso que decir.
- El otro te impulsa a hablar con confianza incluso cuando tu aportación aún está en construcción (por decirlo amablemente).
Ambos emergen del mismo caldo de cultivo: una cultura que valora la seguridad sobre la exploración, la autoridad sobre la colaboración, la forma sobre el fondo. Y si a eso le sumamos una pizca de patriarcado, una cucharada de capitalismo acelerado y una pizca de meritocracia mal entendida… pues aquí estamos, perdiéndonos la voz, el espacio y el liderazgo de personas preparadas y dando protagonismo, oportunidades y autoridad a la mediocridad disfrazada de confianza.
¿Es esta la cultura que queremos?
Llegados a este punto, os imvito a reflexionar sobre si es este el caldito que queremos que alimente a nuestras organizaciones o queremos probar algun ingrediente distinto para comprobar si el resultado también es diferente.
Como facilitadoras, no nos interesa tanto señalar a quienes ocupan uno u otro rol, sino entender qué patrones están sosteniendo estos comportamientos en las organizaciones y cómo podemos perturbar el sistema para generar patrones distintos.
¿Qué necesita cambiar en el sistema para que el saber pueda fluir de forma más honesta, colaborativa y distribuida?
Spoiler: esto no se arregla con más formaciones de liderazgo propuestas por «expertos«.
Quizá sí se arregla con más espacios de reflexión. Con estructuras que permitan experimentar sin tener que brillar. Con conversaciones donde podamos decir “no lo sé” sin miedo a desaparecer del mapa. Con prácticas que legitimen el no saber todavía tanto como el compartir lo aprendido:
- Fomentar una cultura de aprendizaje en lugar de una de perfección.
- Validar el proceso tanto como el resultado.
- Crear espacios donde el no saber sea legítimo.
- Redistribuir la autoridad y el saber, para que no recaiga siempre en los mismos perfiles.
Y, por supuesto, hacerlo con humor y humanidad. Porque en un sistema donde se valora más parecer que ser, reírse de lo absurdo puede ser un acto revolucionario.
Y sí, si alguna vez te sentiste impostora o te pillaste jugando a experta antes de tiempo… bienvenida al club. Somos humanas. Y estamos aprendiendo juntas.
¿Quieres que te acompañemos a ti o a tu equipo a tener espacios de reflexión honestos desde el humor?