Preguntas para un mundo en crisis
Desde que comenzó esta crisis me han pasado muchas cosas por la cabeza, algunas he tenido la tentación de ponerlas por escrito y compartirlas. Sin embargo, algo me ha retenido una y otra vez. Una voz que me dice: espera. Observa y espera. Reconozco que no me ha costado mucho seguir esta voz interior, pues me siento cómodo con el rol de observar, acoger sin juicio la información que me llega, dejarla reposar sin apenas añadidos y esperar a que algo de ese potaje alquímico llegue a mi conciencia. Más allá de la idea, cada vez más extendida, de que estamos asistiendo a un momento muy especial en la historia del ser humano, me encuentro con más dudas que certezas, lo que me ha hecho recordar que en tiempos de crisis lo importante no son las respuestas, sino las preguntas.
Os comparto entonces algunas de las dudas que me surgen como observador privilegiado de un mundo en cambio. Digo privilegiado porque vivo en un país próspero y seguro (no quiero olvidarme de que más de 2.000 millones de personas viven en una situación de riesgo para sus vidas), porque mi situación económica no es mala (a pesar de que mi trabajo como consultor y facilitador está casi parado en estos momentos), porque tengo acceso a esa gran ventana al mundo que son los medios de comunicación (aunque hay que leer entre líneas, y varios de ellos, para hacerse una idea de cómo están las cosas) y, claro, porque me encuentro bien de salud (aquí también pongo mi granito de arena: alimentos sanos, ejercicio, pensamientos limpios, relaciones nutritivas…).
El impacto de esta crisis
Mi primera duda tiene que ver con el impacto de la crisis, con la huella que dejará después de que hayan pasado las sucesivas crisis sanitaria, económica y humana. ¿Va a ser tan fuerte como para mover todo el sistema socioeconómico y político mundial hacia un lugar diferente? Y si es que sí, como vaticinan muchas personas, ¿avanzaremos hacia un mundo parapetado en identidades de raza, clase, nación y similares, que ciertamente refuerzan el sentido de identidad, pertenencia y control, a cambio de seguir viviendo en un mundo en conflicto con enemigos externos de los que es necesario protegerse? O por el contrario ¿aprovecharemos esta oportunidad para dar forma a una nueva comunidad global, formada por todos los seres humanos, sin distinción de raza, clase u origen, apoyada en una comunidad intencional de relaciones íntimas, una comunidad local de trabajo y convivencia y una comunidad biorregional en la que cuidamos de un territorio compartido con otros seres vivos, a expensas de perder seguridad y certidumbre sobre el futuro de un mundo que ya no estará en nuestras manos?
Quienes apuestan por la seguridad y el control, y se benefician de ello, ya están trabajando activamente en crear las condiciones para que la gente les apoye. Lo tienen relativamente fácil, sólo tienen que apelar al miedo. Más difícil lo tienen quienes aspiran a crear una comunidad global de humanos, sólo estratificada en cuanto a su alcance territorial (intencional, local, biorregional…). Apelar al miedo, mostrando por ejemplo los repetidos daños que las identidades grupales, del tipo que sean, han hecho al ser humano a lo largo de su historia no parece tener un gran impacto. La única tecla a tocar en este caso es la de la conciencia, sólo que a diferencia del miedo que se dispara rápido, la conciencia es lenta, nada la activa desde fuera, se alcanza más bien como un despertar.
De ahí mi pregunta inicial, ¿realmente esta crisis va a sacarnos del letargo en el que estamos viviendo los seres humanos desde hace años, largamente incapaces de dar una respuesta solidaria a los dos problemas que nos acompañan desde hace ya mucho tiempo: la desigualdad social, entre personas de un mismo país, entre diferentes países, y la destrucción paulatina de la naturaleza, con miles de especies en peligro de extinción; o apenas será una perturbación pasajera, sin duda más fuerte que otras, pero incapaz en cualquier caso de generar respuestas compartidas a estos dos grandes problemas?
El poder de la conciencia
Me gustaría pensar de otra manera, pero reconozco que no creo mucho en las soluciones mágicas exprés. Quiero pensar que la evolución de la conciencia sigue un impulso imparable que nadie ni nada puede detener, que responde de hecho a la misma fuerza generadora del universo y de la vida y que toca, por tanto, algo profundo y misterioso que no terminamos de comprender. Y probablemente, esta crisis hará que muchas personas en el mundo ganen conciencia de muchas cosas que hasta ese momento no habían tenido en cuenta. Pero reconozco que las estructuras socioeconómicas del mundo occidental son bastante sólidas, han resistido numerosos intentos de cambio (incluidas varias revoluciones) y diría que no van a cambiar de golpe, que necesitamos ganar más conciencia.
La democracia y el mercado son, de hecho, dos buenos mecanismos para la regulación del flujo de información y energía que acompaña todo sistema vivo (y las comunidades humanas lo son), y trabajando juntos tienen mucho que decir en una distribución más equitativa de la riqueza y del poder. Conocemos bien sus defectos y esto nos anima a sugerir mejoras. ¿Servirá esta crisis —y esta es de nuevo mi segunda pregunta, formulada ahora de otra manera— para introducir mejoras en nuestra forma de manejar la información y tomar decisiones, de producir y distribuir una riqueza que producimos entre todos; o, por el contrario, nos llevará eventualmente a un retroceso en la calidad de nuestras democracias y a una mayor desregulación de los mercados, dejando más espacio a las estructuras invisibles de poder, que lo tendrán así más fácil para mantener sus privilegios? No conozco la respuesta, pero aunque vayamos hacia un retroceso temporal, auspiciado por las fuerzas del miedo, la idea de una conciencia imparable y creciente, me lleva a pensar que sólo hay un destino posible para la humanidad, a saber, reconocerse como tal, como una humanidad única formada por personas y culturas diversas, en un planeta único poblado por seres y ecosistemas diversos.
Imágenes para un futuro posible
Si atendemos al principio de anticipación, los seres humanos nos movemos en la dirección de las imágenes de futuro que somos capaces de crear. Si no tenemos una imagen compartida de futuro, simplemente nos dejamos llevar por las circunstancias, actuamos de manera reactiva, como está ocurriendo con esta crisis global. Cuando algo nos perturba, cambiamos, pero no sabemos hacia dónde ni por qué. Anticiparse al futuro, por el contrario, es decidir conscientemente entre todos qué queremos ser como grupo, organización, comunidad o humanidad, más allá de cualquier perturbación que podamos encontrarnos en el camino. Crear una imagen de futuro compartida para toda la humanidad no es nada fácil, pero tampoco imposible. Como no puede ser una imagen impuesta, sólo podemos sugerirla y esperar que otros se unan y aporten.
Releyendo ahora este texto, me doy cuenta que más que plantear mis dudas sobre las consecuencias de esta crisis, he aprovechado para dar algunas pinceladas del futuro que yo imagino. Por supuesto, no es un futuro que yo haya podido inventar. No soy más que una de esas miles de personas que comparten la imagen de un futuro mejor para todos (personas y seres vivos), basado en ideas como sostenibilidad, cultura regenerativa, aceptación de la diversidad, ética del cuidado, organizaciones conscientes, etc. Un futuro que se hará realidad en la medida que lo vayamos haciendo nuestro, que lo vayamos incorporando a nuestras pequeñas acciones cotidianas. Un futuro por el que muchas personas han trabajando duro durante mucho tiempo, conscientes de que los cambios culturales son lentos, que los retrocesos son posibles, pero que la conciencia siempre avanza. Si esta crisis sirve entonces para dar un paso más hacia ese futuro deseado, bienvenida sea. Y si no es el caso, si supone una vuelta hacia tiempos pasados, igualmente seremos muchos quienes continuaremos apostando por un futuro mejor para todos.
Así lo siento yo también. Gracias por expresarlo, lo comparto.