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Conciencia Plena

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El ser humano es un ser con conciencia. Sabe que es, sabe que siente, que sueña, ama, ríe, llora, grita, sabe que piensa y a veces piensa lo que sabe, sabe que hace y pone su empeño en hacerlo bien. Sabe que es él cuando se mira en el espejo, sabe que ese reflejo de sí mismo podría decirle muchas cosas, si le prestara atención. Pero no lo hace, prefiere fijarse en esas arrugas que surcan su rostro, en su incipiente calvicie, en esas ojeras que revelan sus problemas de sueño y que no hay forma de ocultar. Prefiere pensar en cómo lo verán los demás, ese mismo día, cuando minutos más tarde se presente en el trabajo y empiece su rutina diaria. Tampoco pensará mucho cuando llegue a casa en la tarde, cansado, sin apenas fuerzas para jugar un rato con los niños, o para hablar con su pareja. Rendido, se dejará caer en el sofá y se meterá su dosis diaria de televisión o se sumergirá en una novela que le permita olvidarse de todo. Hasta al día siguiente cuando, al levantarse, volverá a mirarse al espejo, y volverá a no querer verse, porque de nuevo prefiere atender a ese minúsculo grano que aflora en su piel. Y así, un día tras otro, el ser humano, un ser consciente, pasa su vida en una total inconsciencia. A veces feliz, a veces triste o malhumorado, los días pasan esperando tranquilamente la muerte.

Identificado con su hacer diario, tan cargado de grandes tareas por realizar, con sus emociones y sus pasiones, tan únicas tan auténticas y tan simples, con esas ideas maravillosas que cree sólo se le ocurren a él, el ser humano se aferra al pacífico discurrir de las cosas simplemente para no verse a sí mismo. De la misma manera que no es capaz de verse en el espejo —prefiere ver lo que se ve en el espejo—, tampoco es capaz de verse en el reflejo de su conciencia, prefiriendo ver sus contenidos, esos pensamientos tan elaborados como ajenos, esas emociones tan auténticas como compartidas, esos deseos que le abren un mundo tan infinito como propio de un estudio de televisión…, cualquier cosa menos verse a sí mismo en el vacío de su ser, desnudo, sin maravillosas ideas que lo cubran, sin emociones bajo las que protegerse del frío. Una pena, poder verse a sí mismo pensando, sintiendo, deseando, poder verse completamente sin la carga de lo que piensa, lo que siente o desea, poder observar los contenidos de su mente desde la maravillosa atalaya de la conciencia…, y no hacerlo, nunca o casi nunca. 

Y todo por una simple falta de atención. A veces el ser humano pone atención en lo que dice o en lo que hace, casi nunca pone atención en lo que es, más allá de lo que dice o hace. Si lo hiciera, si pusiera toda su atención en lo que es en cada momento, dejando de lado lo que cree ser, lo que se debe hacer, descubriría que puede fluir con lo que surge en cada instante, sin afanarse ni resistirse, que el tiempo se dilata y el ritmo de su corazón se ralentiza, que todo parece fácil y las respuestas se dan por sí solas, que la vida se expresa por igual a través de todos sus seres, que nuestros conflictos y contrariedades se desvanecen cuando las diferentes voces que los alimentan se integran en una historia única… Descubriría el fluir de la vida en su propio ser y en su propio entorno, el campo relacional que alimenta nuestras pensamientos, emociones y deseos, que polariza nuestra existencia cuando se expresa en todo hacer. Sí, desarrollar una conciencia plena es ahora nuestro gran reto como humanidad, sin duda luego vendrán otros.

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